Los puñales

Aquella mañana vino sin los aros que cada día adornaban sus orejas.
Las ojeras, sin embargo, las llevaba puestas desde hacía meses.
Bajó sin chaqueta -qué más da-,
los puñales del frío no iban a llegar más lejos que los otros.
Los del miedo. Los que empujan hacia dentro el filo y hacia fuera la sangre.

Tomó asiento y vomitó todos los males,
como si ya no le quedara espacio para guardarlos más.
El sol le secó las heridas y mientras se marchaba, vi caer por los callejones un manto de cuchillos que la elevó en el aire.

Antes de perderla de vista entendí por qué ya no llevaba pendientes,
ni chaqueta.
Cualquier artilugio era sólo un obstáculo más para volar.

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