Louise


Louise tenía todas las cartas para una vida de mierda. Mujer, negra africana, subsahariana, lesbiana. La perfecta víctima del hambre, del SIDA, de las redes mafiosas que trafican con mujeres. Mujer, negra y lesbiana. La triple discriminación.

Su padre se había marchado en un barco pesquero hacia las costas de Somalia y jamás había vuelto. Su madre, ella y sus cinco hermanos, se dejaban la espalda trabajando en el campo y además, ese puto jefe no dejaba de meterle mano y de ponerle unos ojos lascivos que ella le hubiera arrancado sin que le temblaran las manos. Y cuando salía de ese martirio y se escapaba un rato al único bar del pueblo a ver la televisión, mientras las moscas perseguían a todos a su alrededor a ella e entraban ganas de vomitar con ese puto primer mundo jodidamente perfecto. Donde las niñas lloran porque su mami no les ha comprado el pintauñas que quería, y los niños porque se ha agotado el balón de Nike.

Unas vidas valen más que otras. O sino por qué lloran esos gilipollas cuando un terrorista mata un policía, y decretan tres días de luto cuando aquí mueren miles cada segundo y nadie se para ni a enterrarlos. Menudo planeta de mierda. Se ponía tan furiosa que las moscas ni se le acercaban.

Se cargaría a los americanos, y luego a los europeos, y montaría un mundo nuevo con Asia y Oceanía. Sería tan buena que hasta salvaría a alguna europea guapa y se montaría un harén con ellas. Pero a los americanos ni agua, menudos hijos de puta, ni Angelina Jolie ni su madre, con esa carita de pena tan asquerosa y esa sonrisa soberbia por haber adoptado a cuatro niñatos que se volverán tan locos por el botox como ella. Con lo que George Bush se gasta en zapatos ella se habría licenciado en Medicina. Así que pagaba la coca-cola, que era lo único primermundista que llegaba hasta su pueblo, y lo único que hubiera aceptado, y se marchaba como todos los días, con principios incluidos, a casa, a ayudar a su madre y sus hermanos a preparar la cena escasa que les esperaba noche tras noche. Porque los adolescentes europeos se tiraban en el sofá y al suelo si tenían que poner la mesa un día, y se creían con los derechos ultrajados. Y ella se escondía por las noches debajo de las sábanas para estudiar matemáticas, inglés, geografía e historia mundial, y eran sus derechos los que estaban por debajo de las deportivas de cien dólares de esos estúpidos adolescentes. Porque estudiaba sabía dónde estaba África, qué no opciones tenía, qué futuro horrible y estancado. Sabía que África no era África, sino lo que América y Europa habían decidido que fuera, por qué lo normal era ser blanco, occidental y heterosexual. Y ser hombre. Menudo planeta de mierda.


Por eso estudiaba, porque Thelma la esperaba al día siguiente para fugarse a Nueva Zelanda. Porque ella quería cambiar el mundo, destruir todos los sentidos de la palabra normal y devolver el amor a todos los rincones, la igualdad a África, la paz a los suburbios de Uganda, a su padre al paraíso y no a los piratas de Somalia, a su madre al restaurante de la Torre Eiffel y a sus hermanos a las playas de España, los autobuses de Londres, la universidad de Harvard, la gran muralla china. Quería llegar a Bruselas, hacer estallar en flores la ONU y taparle la boca a esos políticos tan descarados y tan crueles, tan hipócritas y cínicos.

Y por eso trabajaba, para dejarle a su madre y sus cinco hermanos el dinero suficiente para que sobrevivieran, hasta que ella los sacara de allí. Su madre la entendía, sus hermanos también, nadie mejor que Louise para confiar, nadie mejor que ella para sacarlos de allí. Era su heroína.

Y eso era una suerte. Era una suerte porque Thelma creía en ella, y era una suerte porque sólo alguien como Louise podía conseguirlo. Porque ella tenía todo lo que no podían tener los demás. Ella sabía sentir lo que nadie más podría, podía ponerse en el lugar de quien le diera la gana, podía luchar porque nunca la lucha sería más jodida que en los años de su vida que ya habían pasado. Porque ella era una mujer, negra, africana subsahariana y lesbiana. Y eso, en este mundo de mierda, es la mejor de todas las virtudes.

Comentarios

Alberto ha dicho que…
Desgarradoramente bonito. Me encanta la foto que has elegido.
TrickOrTreat ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
TrickOrTreat ha dicho que…
Mi ordenador está loco y no me deja comentarte... en fin.
Muy bonito el texto, muy bonita la foto y muy triste la historia.

Sigue así, escritora.