Destino Oviedo

A las seis sonó el despertador, había vuelto a soñar con él y sólo llevábamos separados una semana. Pedro, asturiano, metro ochenta, cuerpo atlético, ingeniero de caminos y pelo largo al que agarrarse en los momentos de mayor pasión. Estaba empapada, caliente y maldiciendo que él no durmiera al lado para rozarle con la punta de los dedos mi juguete y despertarle lamiendo su oreja para que me llenara con todo su…amor.

Estaba hasta las narices de masturbarme, no servía de nada, me quedaba frustrada porque quería tenerlo entre mis piernas en el momento de correrme, morder su hombro, gritar y que no parara de mirarme complacido. Gritar todavía más, sé que eso le gustaba, y dejar que me empujara con mucha fuerza, cada vez más fuerte que la anterior, hasta que me doliera. Si eran las seis me quedaban, por lo menos, diez horas de calentón hasta poder estallar como fuegos artificiales.

No iba a dejar que Pedro me recogiera en la estación, me llevara a casa y me dejara con castos besos en el portal de casa de mis padres, no, quería tirármelo allí mismo, en la dársena, delante de todo el mundo. Pero seguro que no quería, Pedro y su sentido de la responsabilidad iban a dejarme con las ganas hasta el día siguiente. Eso había que impedirlo. Solución: a tomar por culo la ropa interior. Tenía que ponérsela muy dura y arrastrarle hasta los baños de la estación.

El viento se me colaba entre las piernas al salir de casa, me hacía cosquillas, pero no me enfriaba. Estaba cada vez más caliente, imaginaba la cara de Pedro cuando le cogiera la mano y la guiara debajo de mi falda, debajo del jersey. Le guiñaría un ojo, acariciaría su pene por encima del pantalón, descaradamente, y me lo llevaría a los baños, o a su coche, no podría decirme que no. Estaba incluso dispuesta a chupársela mientras conducía. Dios mío, qué mala es la abstención.

Atención, próximo autobús de la empresa Alsa con destino Oviedo efectuará su salida a las dieciséis cero cero desde la dársena treinta y nueve.

Treinta nueve grados los que llevaba yo encima y debajo del jersey. Asiento cuarenta y cinco, en la última fila y en ventana. Perfecto. De momento no tenía compañeros, barajé incluso la posibilidad de masturbarme allí, en público, para aguantar las seis horas que me quedaban de arduo trayecto hasta mi gloria sexual. Pero cuando empecé a imaginarme con los ojos cerrados y la mano entre las piernas mientras el resto de los pasajeros veían las estúpidas películas de domingo a las tres de la tarde en Navidad que tanto le gustan a Alsa, subió un chico con el asiento cuarenta y cuatro. Mierda, yo ya no me atrevía a tanto, no soy tan golfa, ¿o sí? Me saludó, ocupó su asiento y me miró fijamente por debajo de la barbilla, ¿me está mirando las tetas?

- Perdona, ¿quieres que quite el aire acondicionado?

No me había fijado, con la tontería de no ponerme ropa interior los pezones me atravesaban el jersey, duros y dispuestos a partir rocas si fuera preciso. Pero vamos a jugar un rato, que quedan seis horas.

- No gracias, estoy muy a gusto así. Me quité el pañuelo y lo guardé en el bolso, mi escote lucía más.

Era bastante guapo, tenía un piercing en el labio que yo ya me imaginaba recorriendo mi vagina y el pelo muy corto, rapado hacía poco, lástima. Ojalá Pedro nunca se lo corte.

El autobús arrancó, decidí que sería mejor dormir un poco y estar descansada, sino iba a acabar montando una orgía con todo el autobús, abuelos incluidos, ya me daba igual. Me giré hacia la ventana, encogí las piernas y le di la espalda al chico guapo. Aquella posición no hacía sino empeorar las cosas, aumentaba la presión sobre mi clítoris y multiplicaba las imágenes seductoras que pasaban por mi mente: Pedro lamiéndome los pezones, yo encima de Pedro, el chico guapo mirándonos a punto de participar, los dos al lado de mí, como esclavos sexuales, el chico acariciándome…

Un momento. Hay algo de cierto en todo esto. El tío me está acariciando.

En efecto, debía de pensar que yo estaba dormida, pero paseaba su dedo de un lado a otro de mi espalda, en ese espacio entre el final de mi jersey y el principio de mi falda que había dejado al desnudo. Y cada vez que se aproximaba a los extremos me producía escalofríos. Intentaba aguantar, que no se notara que yo más que dormida estaba a punto de girarme y tirarme sobre él. Pero no pude resistir y temblé en la última de sus aproximaciones. Se fue acercando poco a poco a mí, hasta casi solaparse, su mano había pasado hacia la parte de delante y se colaba por mi ombligo. Estaba tan cerca que había empezado a notar su miembro erecto, clavado en una de mis nalgas.

¿Esto serán cuernos? Antes de que mi cerebro gritara sí, sus labios se acercaron a mi nuca, me lamía y después respiraba. Ese frío, remarcado por su maldito piercing metálico me impedía pensar en nada. Perdí el control, mi mano izquierda agarró su culo y lo empujó hacia mí. Acércate más, hasta que me hagas cardenales con tu pene, de dimensiones ya bastante creciditas, dispuesto también a partir rocas. Mi mano derecha agarró la suya, la sacó de mi obligo y la hizo bajar hasta contactar con mi clítoris. Le enseñé los movimientos, acompasados, mi mano con la suya, así. Me mordía los labios a mí misma o a la ventana, estaba casi empotrada contra ella. Él me mordía el cuello y empezaba a moverse, empujándome contra el cristal. Con su mano libre me agarró de los pezones, los retorcía y susurraba "a lo mejor no era frío lo que tenías, sino unas ganas de follar increíbles". Yo decía que sí, a todo que sí.

Atención, vamos a efectuar una parada de veinticinco minutos.

Abrí los ojos. Todos los pasajeros iban a empezar a levantarse. El chico guapo apartó sus hábiles manos de mí, yo me recoloqué el jersey y allí no había pasado nada. Pedro, pobre Pedro, esto eran cuernos, o casi, porque no nos habíamos besado ni siquiera. Ahora mismo voy al baño, me masturbo y punto, en veinticinco minutos da tiempo de sobra. Pobre Pedro.

La cola en el baño de mujeres era, para variar, monumental. El chico del autobús pasó a mi lado, me rozó la espalda y se metió en el baño. Esperé sin moverme de la cola. Salió, me agarró de la mano y yo me dejé llevar, no tenía ganas de mear realmente. Salimos de la gasolinera y fuimos a la parte de atrás. Había uno de esos bancos de ladrillo que nacen de la pared, pero antes de llegar a él me mordió el lóbulo de la oreja, bajó por mi cuello y metió las dos manos por debajo de mi jersey. Yo le ayudé y me lo quité, me quedé desnuda en mitad de aquel descampado, ni siquiera me había puesto una
camiseta debajo. Él empezó a bajar, se desabrochó los pantalones y sacó su enorme pene fuera.

Nunca había visto uno tan bonito, así que me agaché y me lo metí entero en la boca. Era increíble, no podía parar de lamerlo, de arriba abajo una y otra vez, le daba pequeños mordiscos y después lo besaba, mientras él con sus largos brazos seguía acariciándome las tetas. Me agarró muy fuerte y me hizo subir, me llevó hasta al banco, me sentó y se agachó. Por fin pude sentir como su piercing recorría mis labios mayores, los menores, se aferraba a mi clítoris y succionaba. Como estábamos en un descampado empecé a gritar porque ya no me aguantaba.

Atención a los pasajeros procedentes de Madrid con destino Oviedo, el autobús va a efectuar su salida en breves momentos.

Mierda, mierda, en el mejor momento. No podía marcharme de allí sin cabalgar sobre ese pene, daba igual si no me corría, me quedaban por lo menos tres horas más de autobús para rebozarme en la última fila. Así que lo saqué de entre mis piernas, le senté en el banco y me puse encima. Nunca me habían llenado tanto, su cabeza se perdía entre mis tetas, yo le agarraba, no tiene melena y qué, y qué, y qué, el tacto de su pelo pinchudo es mucho más placentero. Tan placentero que a los diez segundos yo ya caminaba por la gloria, gritaba sin parar mientras él se movía más deprisa y luego más despacio. También se había corrido. Pero no le besé, me buscó la boca y yo le ofrecí mi cuello.

Recogí mi jersey, me lo puse y volví a mi asiento. Después llego él, se sentó a mi lado y apenas cruzamos algunas palabras. Yo me quedé dormida después, no sé si volvió a acariciarme. El autobús llegó a Oviedo y bajamos los dos, sin despedirnos ni siquiera. Pero al bajar las escaleras me tocó el culo, lo agarró con fuerza, como si fuera a echarlo de menos y me empujó hacia delante. Allí estaba Pedro, que me besó y recogió mi maleta. Dijo algo como que iba al baño y que si le acompañaba, pero yo, con la mirada fija en el chico guapo contesté que no, que le esperaba allí.

El chico guapo me guiñó un ojo y señaló su bolsillo. Busqué en el mío y encontré una nota: “¿Cuándo repetimos? Vuelvo a Madrid el domingo, en el bus de las seis”. Cuando levanté la vista ya había desaparecido y Pedro volvía del baño.

- Cariño, acompáñame a la taquilla, que voy a cambiar el billete para volver a Madrid el domingo a las seis, que sino luego al día siguiente estoy reventada. Por cierto, te podrías rapar el pelo, te quedaría mejor, ¿no?

Comentarios

Alberto ha dicho que…
Esto pondría caliente a cualquiera! XD. Me encanta.
Entrespinos ha dicho que…
Tienes que leerlo en el 'Bukowski' para poner malitos a todos los intelectualillos...