Déjame


Déjame tirada en la primera curva de la última carretera. Explótame, estállame por dentro y hazme desaparecer en el aire. Fusílame, pégame doscientos setenta y siete tiros, exactos, del primero hasta el último. Reviéntame, no dejes ni un solo espacio de mí limpio, entero. Pulverízame, hasta que desaparezca, córtame en pedacitos y escóndeme en las paredes. Bésate con otras en mis narices y no me mires. Mándame a la mierda doscientas setenta y siete veces, exactas. Grita basta, sal corriendo y déjame sola en el bar, no pagues la cerveza, hazme a mí pagar la cuenta. Escúpeme en las gafas nuevas, rómpelas después, pisotéame todos los átomos del alma, radiografíame y no te dejes nada. Échame el humo en los ojos y la copa de vino tinto en el vestido blanco. Putéame, no me vengas a buscar, no me llames, cuélgame, no contestes nunca, pasa por delante de mi calle algunos días y que yo lo sepa, para verte pasar sabiendo que no me has recordado en ni uno solo de los metros que tus pies han recorrido.

Pero no me dejes tirada en la última curva de la primera carretera. No me manches el vestido y lo laves luego, no me dejes tirada en el bar con la cuenta pagada, no me explotes por partes, no pulverices sólo lo que te da la gana, no me mires cuando besas a otras, no te calles y sigue gritando, no te gires uno de los infinitos días que pasas por mi calle y me busques entre los geranios.

Y sobre todo, no dispares sólo doscientas setenta y seis veces.

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