Pepita se arrepiente ahora. Con María al otro lado del teléfono, con esa voz inteligible que tienen los llantos descontrolados. Le dan incluso ganas de reír, la voz es ridícula, pero es y está tan entrecortada que no puede articular ni gesto, ni palabra. Pepita ahora es sólo pensamiento, ni siquiera es ya oído, ni paño telefónico para María. Pepita sólo pueda pensar, ya ni siquiera está ahí. Y recorre, aleatoriamente, la cronología desde que Juan existe. Desde que María y ella tenían, no sé, veinticuatro años, quizá más. O quizá menos, porque recuerda también el día en que su madre le dijo que iba a bajar a casa de unos niños, que eran hermanos, y que eran tantos que cuando jugaban al escondite, a algunos tardaban días en encontrarlos. Y entonces sonríe un poco, con la mitad derecha del labio. Pero vuelve a escuchar los suspiros, las seis palabras, las lágrimas en el altavoz de María. Y vuelve al punto exacto, y no hace más que arrepentirse. El día que la madre de María, después de una vida juntas, después de haber sido vecinas, y mejores amigas, le llamó a capítulo. ¿Tú lo sabías? No, yo no sabía nada. ¿Y qué hacemos? No lo sé, todo el mundo miente con los estudios, dicen que están acabando la carrera y aún están en segundo. Ya, pero es que Juan no estaba ni matriculado. Y Pepita recuerda cómo diagnosticaba los males de todo el vecindario, y le pinchaba las inyecciones a la tía Maruja. Tienes que hablar con María, que le deje, que ese chico no es de fiar, ¿tú que crees? No hombre, no, ésas son cosas que se hacen por amor, el chico es majo. Me cago en la cuna que me arroyó, Pepita se arrepiente. Vas a bajar a casa de unos niños, los del primero, son tantos hermanos que cuando juegan al escondite tardan varios días en encontrar a algunos, y tienen una leonera, el chico es majo, me caso con Juan, qué guapo es Juan, y qué buena persona, qué conformado, no como mi marido, se conforma con todo, no se enfada nunca, vamos, que te lo cambiaba unos días. ¿Verdad? Voy a dejar de trabajar, con Juan tenemos suficiente, y así puedo cuidar de los críos. Qué chico tan majo, y no como el mío, qué suerte tienes María. Ya me gustaría a mí. Pepita es sólo un eje cronológico, desde los veinticuatro, quizá más, un salto desde el día en que la madre de María le llamó a capítulo, hasta hoy. El doctor, lo llamaban entre ellas, cuando hablaban en clave, lo que hizo por amor, qué bueno es Juan, cuánto te quiere, y no el mío, que se cabrea cada dos por tres. Las lágrimas de María son un estanque, el estanque de Pepita, lleno de imágenes, de miles de palabras, las seis de María, Juan se ha ido con otra. Juan se ha ido con otra. Qué dices, qué dices, anda chica, no te creo, cómo se va a ir Juan con otra. Que lleva dos años con ella, ¿te acuerdas del día de la exposición? La chica que vino, la que luego nos mandó las fotos, pues con ella Pepita, con ella, en mis narices, dos años. Dos años y el resto de la vida. El doctor, me cago en la cuna que me arroyó, Pepita es un estanque de arrepentimiento. Me voy a acostar, Juan se ha ido con otra, no quiero levantarme. María, descansa, descansa y mañana hablamos.
El chico es majo. Pepita y su arrepentimiento llevan el auricular del teléfono a su sitio, son cosas que se hacen por amor. Se levanta y va al salón, son tantos hermanos que cuando juegan al escondite, a algunos tardan días en encontrarlos, se tumba en el sofá, y apoya la cabeza en las piernas de su marido. Está llorando. Tienes que hablar con María, que le deje, que ese chico no es de fiar. ¿Qué te pasa, Pepita? Su marido le seca las lágrimas, nada mi amor, ¿tú me engañarías? Pero ¿qué dices? Le aparta la cabeza y se levanta, va hacia la cocina farfullando, hay que ver qué cosas tienes Pepita, yo es que hay veces que no te entiendo mujer, con lo tranquilo que estaba ya tienes que venir tú a tocarme las pelotas. Y Pepita, aunque era sólo arrepentimiento, estalla, estalla en una carcajada de ésas que no encuentran fronteras.

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