- Baja.
- ¿Qué cariño?
- Que bajes, digo.
Y María baja. Y se la chupa. Felación. Sexo oral. Y humillación. Porque Pablo le aprieta la cabeza contra él y a María no le gusta. Se lo ha dicho un montón de veces, que no, pero a Pablo le da igual. En el fondo, es que María lo hace tan bien que a Pablo se le olvida todo en la séptima gloria.
Y poco importa lo que haga María. Intenta a veces apartarle las manos, pero Pablo aparta una de ellas por un momento para darle una palmadita suave, en la mejilla o donde pille, y vuelve a agarrarle de la cabeza, le tira de los pelos. Y a María no le gusta, porque ella querría imponer su ritmo y sus besos. Pero se reduce a una marioneta húmeda, a un agujero de saliva en el que Pablo entra y sale a placer.
Lo cierto es que a María hace tiempo que Pablo ya no le pone nada. Y él desde luego que no baja a ninguna parte, a no ser que esté de muy buen humor. En esas cosas piensa María mientras es penetrada como quien se deja hacer por puro desconocimiento y confianza en la consulta de un dentista. Él le hace otro tipo de favores, le acompaña al trabajo y va a recogerla, le ayuda en la compra, no la deja sola ni a sol ni a sombra.
A Pablo el tema se le está yendo de las manos hoy. Igual ha tenido un mal día en el trabajo o está demasiado contento porque empiezan las vacaciones. No le gustaría que se volviera a correr en su boca, él ya sabe que no le gusta, que le da mucho asco y que la última vez casi vomita. Pero es que casi se está atragantando, y por más que intenta alejarse un poco, Pablo no le suelta la cabeza. Y María sigue asintiendo, al ritmo que Pablo imponga, unas veces más deprisa y otra más despacio. En esas María tiene tiempo de darle algún beso antes de que vuelva a embestirle.
Se ahoga. Acaba de darle la primera arcada de unas cuantas. Pablo está tan encantado que ni siquiera le escucha la segunda, y la tercera. Debe estar a punto de correrse, menos mal, ahora se apartará bruscamente y eyaculará encima de las sábanas. María se retirará a lavarse los dientes y cuando él vaya a tirarse en el sofá para ver la televisión, lavará las sábanas y lo que haya manchado.
Pero de repente María nota al final de la garganta el semen espeso y caliente de Pablo. Amargo, como todo el tiempo que transcurre desde que empezaron a vivir juntos hasta esta parte. Y otra arcada. Tiene un montón de ganas de vomitar, quiere salir corriendo para llegar al baño y poder desahogarse en el váter. Pero Pablo sigue agarrándole la cabeza.
Vomita. Todos estos años. Los vomita. Encima de Pablo y dentro de él. En las sábanas. María vomita hasta la primera cita. Y sin decir nada se levanta, y va hasta el baño para lavarse los dientes y secarse las lágrimas por el esfuerzo. Pablo tampoco dice nada, se limpia con las sábanas sus partes, hoy menos nobles, y va a tirarse en el sofá.
María vuelve a la habitación, observa la cama y le da la espalda para abrir el armario. Se viste despacio, mientras oye de fondo el ruido de la televisión. Todo lo imprescindible va entrando en el bolso que se cuelga del hombro. Y con paso firme y labios fruncidos llega hasta el salón. Pablo ni la mira, debería meterse en la cocina para preparar la comida. Pero María se acerca solemne hasta él, y le arranca de las manos el mando de la televisión. Lo deja caer al suelo para llamar su atención, y cuando Pablo por fin le mira a los ojos, dispara:
- Y ahora todo este desastre, lo limpias tú.
Antes de que Pablo pueda reaccionar María ya está lejos, muy lejos, del portazo que resuena en todos estos años.
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Besitoos!!