Terapia de grupo

- Fijen en sus mentes una cara. Tiene que ser una cara amable, con rasgos simpáticos, dulces. Alguien a quien desearían abrazar y transmitirle, todo el amor de su vida, todo el amor de que son capaces, el que está concentrado en cada partícula, cada átomo, de cada músculo, de cada parte de su cuerpo. Esa cara, tiene que ser la de una persona que tiene hambre, hambre crónico. O tiene que ser la de alguien que tiene sed, sed desde que se levanta hasta que se acuesta.
- ¿Un niño de África, de Chad o Zaire?- pregunta un señor con corbata, con los ojos del color azul grisáceo que se les pone a las buenas personas cuando se hacen mayores.
- Sí, por ejemplo -contesta la terapeuta- aunque puede ser también la cara de alguien inocente entre rejas, piensen en el premio Nobel de la paz chino, o la premio Nobel de la paz de Myanmar, piensen en alguien a quien la sociedad ha tratado muy injustamente. Piensen en una persona homosexual en Corea del Norte, en una dama de blanco cubana, en un mexicano atrapado en la frontera con EEUU.
- ¿Valdría ese cura, cómo se llama, el de México, el que ayuda a los inmigrantes?- pregunta una mujer con el pelo a mechas, como si fuera una cebra, entre el rubio y el moreno, como si no hubiera sido capaz de decidirse y se moviera entre los dos grandes tonos.
- El padre Antonio Solalinde, sí, ése también vale -asiente la terapeuta- aunque tampoco hace falta que se vayan tan lejos, piensen en una ejecutiva que cobra menos por ser mujer, o en la cabeza de familia a la que no le cuadran las cuentas porque todos sus miembros están en paro. Lo importante es que piensen en alguien con unas necesidades básicas muy fuertes que no puede cubrir. O en alguien a quien la privación de derechos le impide crecer como persona.
- ¿Equiparamos privación de derechos y libertades con la falta de comida, de agua potable...? -pregunta la chica joven, bastante delgada, tan delgada que no es tan guapa como podría.
- Se trata de imaginar a alguien a quien le falta algo que ustedes consideren básico, algo sin lo que no podrían vivir, algo cuya inexistencia les matara por dentro. Y lo más importante es que esa persona que existe en su imaginación, ha de ser alguien con una bonita sonrisa, una sonrisa que luzca siempre en su rostro, alguien a quien parezca que la falta de ese algo tan imprescindible no le afecte como para convertirle en alguien triste.
- ¿Y después? tengo en mi mente a un chico negro, de unos diez años, con la barriga hinchada, el pelo muy corto, y una sonrisa que podría llegar hasta aquí -vuelve a hablar la corbata.
- Yo veo a una ejecutiva que acaba de enterarse de que cobra dos mil euros menos que su homólogo varón, es madre soltera de una niña y dos mellizos, su homólogo no tiene hijos, y vive en una casa a las afueras de la ciudad, tarda una hora en llegar al trabajo, y más al volver a casa -la de las mechas.
- ¿Y tú, a quién ves? -la terapeuta señala a la chica delgada, tan delgada.
- Yo me veo a mí, pero nacida en la franja de Gaza, llevo un pañuelo en la cabeza y estoy intentando estudiar al otro lado de la frontera, pero la mayoría de los días los militares israelíes no me dejan pasar por algún extraño motivo relacionado siempre con la seguridad nacional. En mi casa sufro aleatorios cortes de luz y de agua, y muchas veces, cuando quiero estudiar, tengo que dejarlo para ayudar a mi madre a hacer la comida, o a limpiar la casa.
- Muy bien, muy bien, gran trabajo -la corbata y la de las mechas sonríen satisfechos- ahora es cuando viene la parte más difícil, la que supone un gran trabajo personal. Vamos a ver, ustedes están aquí porque no consiguen llegar a la meta de la felicidad, o llegan a ella pero son incapaces de instalarse en su campamento. El primer paso de esta terapia es tener siempre presentes a esos personajes que ustedes han creado, hacer que les acompañen, y pensar en ellos. Sobre todo cuando no sean felices, cuando más desgraciados se sientan, piensen en ese niño que no tiene qué comer, en la mujer que en el atasco recuerda que cobra menos porque es mujer, en la chica que no puede estudiar porque le han robado el estado que era suyo y de su pueblo. Piensen en ellos, concéntrense. Respiren, verán sus nervios relajarse. Se ensancharán sus pulmones y recordarán que ustedes viven en el primer mundo de todos, que sería injusto ser infeliz, que han de ser felices por ellos, que no hay mal que cien años dure, que en nuestro estado del bienestar todo está de nuestra parte para ser felices, que sólo tienen que...
- ¡Basta, basta, basta! ¡No es verdad, no lo es! -la chica delgada, tan delgada, se levanta tirando la silla al suelo. -¿cómo voy a ser feliz yo, si mi chica no puede, no puede! que os den, a vosotros y a vuestras caras de satisfacción, cómo voy a ser feliz por ella, cómo voy a aprovecharme de las desgracias ajenas...
- Pero son personajes imaginarios, no hay que llevarlo todo tan a flor de piel, tan hasta los extremos, tranquila.
- ¿Cómo que no son personajes reales, cómo que no? Verlo a través de una pantalla de televisión no los convierte en mentira. Puto primer mundo, eso es, de eso se trata, ¿cómo voy a ser feliz en un mundo que condena al segundo, al tercero, al cuarto? ¿Cómo? Es hipócrita, y es insano, adormilarse, las cosas tienes que estar siempre, siempre, siempre a flor de piel. ¿O tú, con tu corbata colgando del cuello como si fuera el collar de un perro crees que mereces ser feliz por pensar en un niño que no tiene qué comer? Lo siento pero no, no les creo, sigan pensando que así son mejores personas, yo me marcho.
- Pero aún no hemos acabado, ¿dónde vas a ir?
- No me han entendido, yo sí he acabado. ¿Y adónde voy? a Gaza, o a donde sea, pero lejos de esto que llamáis primer mundo. Me asquea.

No sonríe más la chica a la que Gaza vio nacer, ni la chica delgada, tan delgada, que toma el avión con destino Tel Aviv. Sonreirán cuando la catarsis invada a todo ese primer mundo, que no sirve para nada.

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