Cursilerías I

     -          ¿Cuál es tu sueño?
     -          Mira que eres cursi, Ignacio.
     -          Pero si es que llevamos un montón de tiempo juntos, y todavía no lo sé.
     -          ¿Y cómo lo vas a saber si no lo sé yo tampoco?
     -          Joder, Martina, algo sabrás. No sabrás el cómo, pero el qué… digo yo que más o menos.
     -          No alcanzo a ver la imagen completa, pero sí, algo…algo veo.
     -          ¿Y qué es?
     -          Hay un hombre, bastante guapo, sentado en el banco de la puerta –y Ignacio se sonríe-, es una librería. Tiene los marcos de madera vieja, y la fachada es de ladrillo, o blanca, no lo sé. En la entrada, al principio, hay un mostrador y el suelo también es de madera. Es bastante amplia, pero está llena de estanterías, con un montón de libros, y alguna mesa. Y periódicos. Detrás del mostrador empieza un laberinto de libros viejos, en todos los idiomas, y tres niños corretean por ahí. La mayor es morena, de piel, y de pelo, la mediana, o el mediano, no lo sé, pero el pequeño es rubio, debe tener un añito o dos. Y al final del laberinto, o por el medio, hay un piano, muy viejo también. Huele a libro, y a crema pastelera. Y después hay otro espacio, con mesas, como si fuera una cafetería y un escenario, todo mezclado. Unas escaleras llevan al piso de arriba, donde todo es aún más viejo, caótico, como sujeto por un equilibrio invisible y débil, a punto de romperse, de venirse todo abajo. Una máquina de escribir, al lado de la ventana por la que entra el Sol y se ven volando las partículas de polvo. Los libros de las estanterías están torcidos y el techo es bajo. Y hay también un corcho muy grande, lleno de folios escritos en distintas letras, supongo, de la gente que pasa por allí. Aunque puede que la cafetería esté también arriba. No lo sé, no veo la imagen completa todavía.
     -          Está muy bien, pero yo no quiero tener una librería.
-     Ya, por eso el hombre bastante guapo, sentado en el banco de la puerta, no eres tú, Ignacio.

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