Guardaré las horas

Guardaré las horas. Y Wolf se suicidaba en el río. Elegía el suicidio público entre las chimeneas de Londres a una vida llena de lágrimas secas antes de llegar a la mejilla y rodeadas de verde. Verde por todas partes. Pero guardaré las horas. Todas las horas, las guardaré en los bolsillos que fui llenando de piedras para cuando me sumerja. Piedras, que con cada letra fueron siendo lo que eran, lo que llenaba cada paso hacia el final. Aunque al principio nunca lo fueron, las piedras, eran horas, eran letra, silencio, punto, coma. Ideas que van haciendo espirales y al final, piedras, de la juventud a la vejez, revolución en instinto conservador. Pasión en cariño. Letras en piedras. Ideales por frustración. Pero las horas, las guardaré. Las de las lágrimas, las del placer. Cariño, guardaré las horas y me dejaré llevar, autómata, como la sangre al río, y el río al mar. Y volveré a las comparaciones odiosas, las de los relatos violentos en los que disfrazaba disparos de suspiros, y las comparaciones odiosas con el mar. Desembocaré. Y como un río me iré formando en otra fuente pura, e iré bajando, hasta encontrar mis piedras. Como el arte que fluía por mis dedos, yo también me iré apagando, pero guardaré las horas. 

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