Cartas a Miguel


9 de marzo de 1939
Hace tiempo que no sé nada de ti, Miguel. Y tiempo hace que este pueblo no respira, sólo grita, corre, huye. Se ensordece. Tirita bajo los bombardeos y le rugen las tripas. Clama a sus dioses, a estos gobiernos, a ritos paganos y trucos de magia. Y mi niño se estremece, sonríe por las mañanas y cuando pasa el día empieza a llorar. Otro día más igual, otro día de cebollas, panes negros y duros como rocas. Cada vez llora antes, él y todo el pueblo. Pero yo me resisto. Yo pienso en ti Miguel y me como los rayos de sol, bebo de las gotas de lluvia y no escucho los estallidos de las bombas. Y escribo, que para eso me enseñaste. Estaré escribiendo hasta que deje de respirar.


11 de marzo de 1939
Todo el pueblo corre. Se asusta. No hablan, no van a los bares, no abren los bares. Las señoras no van al mercado. No abre el mercado. No queda nada, casi casi nada. Pero yo no me rindo. Aunque sólo quede una cesta con muy pocas cebollas Miguel. Aunque mi niño se eche a llorar cada día un poco antes. Yo me ato el moño y salgo a pelearme por algo de comida, por alguna sonrisa, y todos los días pregunto si ha llegado alguna carta de ti. Hace tiempo que no escribes, pero sé que estarás bien, que mientras, seré yo quien escriba para mandarte un poco de luz.


13 de marzo de 1939
Lo que me preocupa es que hace días que no llega nada al pueblo. Y la cesta de cebollas va menguando. Y al niño no le gustan, a mí tampoco me entusiasman. Pero yo trago y trago y luego le doy el pecho. Que para eso soy su madre. Pero quedan pocas. He pasado de comerme una o dos cebollas cada día a comer media. Porque tienen que durar hasta que lleguen más a los mercados clandestinos. Por eso están todos tan nerviosos, tan nerviosos que al final me lo van a acabar pegando. Pero aguanto Miguel, porque hace poco que te fuiste, y dentro de poco volverás. Lo sé.


17 de marzo de 1939
Los bombardeos son cada vez cada menos tiempo. Los que pueden correr, son cada vez más rápidos, y los que se esconden, cada vez más listos y más sigilosos. Yo con este niño no puedo ni una cosa ni la otra, porque no hace más que llorar y porque además, hace días que me cuesta un quintal hacer cada cosa que hago. Para correr estoy yo. No ha llegado nada al pueblo, ya no me quedan casi cebollas. Si nada cambia en un par de días ya no tendremos qué comer, ni a quién acudir. Y cada vez se oyen menos gritos de los demás y más de mi niño. Yo respiro, extiendo los labios y le sonrío a mi niño. Aunque se parezca cada vez menos a una sonrisa y cada vez más a una línea.


19 de marzo de 1939
Han escapado del pueblo los caballos, también los toros. Ayer vi a una mujer en las llamas de su casa. No es que no haya nadie, es que los que están se mueren. He visto también a un hombre con su espada rota, tirado en el suelo. Ya ni siquiera hay flores. Y no hay luz, lo que sea que levanten las bombas no deja ver nada. Y este niño no para de llorar, no para de gritar. Y no quiero que pare. Yo lloro también. Sí, Miguel, donde quiera que estés. Si aún estás aquí. Si el niño deja de llorar ya no lo veré. Vuelve pronto Miguel.


26 de marzo de 1939
Sólo queda media cebolla. Queda la mitad de un día. La mitad de una sonrisa.


28 de marzo de 1939
Ya no escucho al niño. Al mío, al nuestro. No llora. Ni escucho al pueblo. Ni a las bombas. Sólo soy yo, gritando porque ya nadie respira. No respira Miguel, el niño ya no respira. Y yo tampoco.







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