Ojo de buey

Esta ventana siempre ha estado abierta. Siento, por más que apriete la manilla, que está abierta, o que revise la bisagra, ha estado abierta toda mi vida. Siento entrar el viento, se mueven las cortinas. Y cada vez se mueven más. Por eso y por otras cosas me gustan los días de viento.

Por eso y porque mi habitación es la cabecera de un transatlántico. Tercero, la esquina predominante de la calle. Dos de mis paredes firman la arista del buque que surca la calle, siempre por delante, como segura de romper todos los hielos y salvar al resto del vecindario. Con la mirada valiente, cuando la miro desde fuera, capaz de luchar por el barrio entero contra todas las tempestades. Mi barco, la cabecera de mi transatlántico. Surcando todas las calles, plazas, avenidas, como buscando siempre, llanera solitaria en el aire, un suspiro de salitre. Quieta y desafiante, alerta de todos los males, para cuando lleguemos hasta el mar.

Por eso, aunque esté cerrada, mi ventana está siempre abierta. Porque en las tardes de viento en nuestros oídos, la ventana sigue cerrada pero está abierta de par en par. Y es entonces cuando salgo, y soy libre de todos los miedos, y allí está, la cabecera de mi transatlántico, bregando contra la tormenta y esperándome para surcar juntas todos los males, y llegar a nuestro sitio, la playa perfecta que aún no existe, donde seguimos siendo piratas en el mar.

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