Mi padre

Mi padre nació un 24 de mayo de 1956, hace hoy 57 años. Estudió Químicas, en aquellos años, viniendo de donde venía, dando clases de matemáticas para pagar cada matrícula. Empezó a trabajar limpiando fachadas en Zaragoza, y poco a poco, llegó mucho más lejos de lo que nadie hubiera podido imaginar cuando nació, aquel 24 de mayo de 1956, en San José, en Zaragoza.

Por eso a mi padre le preocupa y le ha preocupado toda la vida una cosa: el trabajo. Y más que el trabajo, el esfuerzo. Que nadie te regala nada, que lo que consigas ha de ser siempre fruto de tu pensamiento, de dejarte la piel en todo. Eso he aprendido de mi padre y no sólo porque me lo ha dicho muchas veces, sino porque lo he visto con mis propios ojos. Suena típico eso de "te has matado a trabajar", pero mi padre se ha matado a trabajar. Durante años se ha levantado antes que los que ponen las calles y ha viajado más que los pilotos de Iberia.

Pero yo no quiero hablar de mi padre, el que trabajaba más que el Sol, aunque todo lo que consiga yo hoy sea gracias a lo muchísimo que he aprendido de él. Yo quiero hablar de mi padre, porque cuando trabajaba le veía poco. Quiero hablar del padre que alquilaba bicis en el Parque Grande de Zaragoza los fines de semana, del que jugaba con mi hermano y conmigo a las peleas los domingos por la tarde en el sofá.
Y sobre todo quiero hablar del padre que me ama porque soy su hija y mucho más. De mi padre, el que madruga para llevarme al aeropuerto, el que me espera horas antes de que llegue porque no quiere que me encuentre el vacío al otro lado de las puertas que separan viajeros de familias, en la terminal uno de Barajas. Mi padre, el que nos llevaba los domingos por la mañana a comprar el periódico a la librería de la esquina. El que no ahorra ni en libros ni en periódicos. Mi padre, el que me lee, el que me escucha. Mi padre, el que tiene conversaciones eternas conmigo sobre el desastre de este país o de cualquier otro. Mi padre, el que se desespera cuando me ve abusar de soñadora, el que no quiere que me meta en líos pero sabe que me saltaré todos sus consejos porque él también corría delante de los grises. Mi padre, el que me ha visto cometer errores con preocupación, pero ha entendido que era valiente para dejarme aprender. Mi padre, el que se ríe cuando descubro el Mediterráneo por el que él lleva años navegando, y nunca me hace sentir de menos.

Porque mi padre, además de trabajador, es discreto, sabio y serio. Porque a pesar de eso, mi padre se ríe. Porque aunque sabe que me equivoco, me lleva al aeropuerto a las seis de la mañana sin que se le pase por la cabeza quejarse. Porque mi padre no quiere que me equivoque, pero sabe que el camino es mío. Porque mi padre es mi padre, pero no es paternalista. Mi padre sabe que me equivocaré, y mucho, pero él no dejará ni un segundo de estar orgulloso. Porque mi padre nos ha educado bien. Y porque es mi padre.


Porque hoy cumple años y dirá que se hace viejo, pero no sabe que lo mejor está por llegar. Porque ahora tengo que devolverle, al menos una parte, de todo lo que me ha dado. Porque sé que queda menos para ese domingo por la mañana, cuando mi padre baje como siempre a la librería de la esquina a comprar el periódico, y cuando vuelva a casa y se siente en el sofá, abra el periódico. Y en alguna página, un titular llevará debajo mi nombre, que al fin y al cabo es el suyo. Ese día habré comenzado a devolverle algo, muy pequeñito, de todo lo que me ha dado. Pero si ese momento no llega, no importa, porque si he aprendido algo de mi padre es que siempre, siempre, siempre, hay que mirar hacia delante.

Felicidades papá.

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