Y quién soy yo

Recuerdo haberme fijado hace años en esa mandíbula. Del perfecto color del café con leche. De la textura perfecta, ajustada a la edad perfecta, entre la tirantez de la piel joven y los elegantes signos, muchos cicatrices, de la edad adulta.

Lo tenías todo. Y sin embargo, yo ya no me reconozco allí.

Pero ayer te vi. Te reconocí de inmediato en medio de una burbuja extraña de alcohol y tabaco. Lo extraño no es que no fueras tú, ni que te hubiera olvidado hasta entonces. Lo raro es que no era yo. Y lo había olvidado.

Tengo recuerdos que nunca ocurrieron. Casi todos. Sólo los más recientes, y ni siquiera, me parecen reales. No creo que nunca fuera niña, ni creo que haya estado en tantos lugares. ¿La ciudad que me vio crecer? Me parece tan ajena que no creo ni que exista.

Leo lo que he escrito y estoy segura de haberlo soñado. Que me han contado tantas cosas que las hago mías, pero nada de lo que recuerdo existió. Siempre estuve aquí, siempre tuve esta cara, este color de pelo, estos ojos ciegos. Siempre pensé así, siempre escribí como escribo y sólo existe el libro que estoy leyendo ahora. Tal vez es vértigo, tal vez es haber llegado a este punto del camino.

Porque ayer te vi. Y de repente se me apareció tu nombre, que no había vuelto en siglos. Y te pensé. No me acuerdo de tu cuerpo, ni de por qué me gustabas. No sé por qué lloré tanto, no sé si aquello fue amor. No sé si fue conmigo. O mi yo anterior me ha contado algo que ha quedado en nuestra memoria.

Tu mandíbula perfecta y el entorno me recuerdan lo que ya no soy. Lo que olvidé. Pero entonces aparece algo, algo a lo que agarrarme, que me diga que de todos mis yoes anteriores hay algo que nos une. Que aquélla, sí fui yo.

Y os repaso en una fría lista. No sé cómo he tenido tiempo para tantos. De algunos no recuerdo ni el nombre. No me siento bien. Ésta no es la que yo quería ser. Creo que no lo necesito, no lo necesitaba. Si la niña que fui existió, no iba a hacer esto. Lo extraño es que iba a llegar hasta aquí, pero el camino difícilmente era éste. Tal vez es que nunca hubo un camino. Son demasiadas críticas. Vuelvo a repasar la lista.

Con el primero lo entiendo todo. Es curioso, me resulta más fácil viajar más allá en el tiempo que reconocerme en los últimos cinco años. Resuenan en mi cabeza sus poemas, cómo le temblaban las manos, los besos fríos cuando hacía calor. Su tono de voz, aquel jersey precioso, el olor. Las noches sentada en una esquina de la habitación con mil fantasías. El corazón a punto de estallar.

No me ha vuelto a estallar así. Quizá entonces lo hizo y no he vuelto a encontrarlo. Porque juraría que no he vuelto a enamorarme desde entonces. Del segundo ya no entiendo prácticamente nada. Tal vez el primer día, el primer verano. El tercero eras tú. Sí, creo que fue entonces cuando me estalló el corazón.

Fue entonces. Creo que hubiera sido capaz de morir, ya sabes que de matar nunca. Diría que no he vuelto a enamorarme. Una de mis amigas dice que en realidad nunca he sabido qué era enamorarse. Lo dice porque lo hacía muy deprisa y enseguida me acostumbraba a las distancias. Creo que después de verme llorar tanto tiempo no volvió a decirlo, pero por un tiempo tuve miedo de que fuera verdad. Más bien, de vez en cuando me da miedo que tuviera razón. Como hoy.

Creo que fue con el cuarto con el que dejé de ser lo que alguna vez fui, si es que alguna vez pude ser algo. Me perdí en él, supongo. No me estalló el corazón. Pero le quise más que a ninguno, eso sí. Tanto que hubiera sido capaz de matar. Tal vez, no sé, quizá.

Desde entonces creo que todo ha sido muy rápido. Cada vez he roto más barreras y he llegado a lugares a los que no pretendía ir. Tengo que buscar en lo que os une.

Lo que os une. Que con todos quise caminar. Hacia el mar. Que sonreí más de lo normal y fui muy feliz.

Creo que esa soy yo. Me parece que siempre fui así. Cuando era niña, me gustaba mucho salir a pasear muy pronto por la mañana. No ha habido jamás un paisaje, ni un lugar, capaz de superar al mar. Ni hay arrugas más preciosas que las que tengo de tanto sonreír.

Cuando vuelva a encontrarme con tu mandíbula, tendré que recordar que paseamos, hacia el mar, y sonreímos. Pero sobre todo, que aún paseo, que siempre es hacia el mar, y que es conmigo con la que más he sonreído. Que sino sé si me ha estallado el corazón lo suficiente, es porque estalla cada día.

Comentarios