1.038

1.038 desde la Ronda Litoral. Mordería hasta el polvo. Y el polvo precisamente.

Rumbo fijo hacia el norte. O hacia el sur. El tacto se enreda. Hay tantas maneras como kilómetros de tirar de su pelo hasta los márgenes de su vestido. Como hay tantas maneras de buscar con las manos las caderas. Por debajo. Siempre por debajo.

Autopistas de peaje. Los matrimonios modernos que veían películas en Perpignan para aprender a agarrarse de otras maneras. Se puede perder el tiempo, parar el reloj y decidir invertir en una brizna. Como las rosas invierten su vida en las espinas. Tienen en su boca las pulsaciones los corderos, cuando se acercan a ponerles fin.

¿Cómo se acercan? ¿Cómo lo hacen? Hay trayectos que son putos. Que empiezan desviándose en Orléans y no llegan a navidad. Que se quedan con la sensación. El tacto frío y caliente del morse. La presión que se ejerce. Los tirones hacia destinos apetecibles.

Está demasiado lejos aquel apartamento en el que no tenemos nombre. A veces, la imaginación es el arma más peligrosa que existe. No sé cuánto tardaré en llegar, este cinturón de seguridad no ayuda. Siempre fui más de carretera. La vida se mueve más. Pero es más denso el movimiento en una cabina presurizada. De la imaginación. Las caderas se deslizan, la piel llega a las manos, no duelen los tirones y la distancia corta se eterniza.
La distancia no deja nunca de ser cada vez más corta.
La distancia nunca deja de ser.
Pero se mira. Se mira y se toca. Se mira, se toca y se muerde. Se deja de pensar. Sólo se siente.

Cada una de tus briznas, la única mirada.

Salen las ideas de las cabezas. Y caminan. Despegan. 1.038 se quedan en nada. Por la ventana, hace ya tiempo que se han encendido las luces. ¿Cuándo sale el próximo avión?

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