Y empezamos de cero

Admito que funciona sin control. Lo admito. Asumo, asimilo, digiero, que ella no me sigue, que yo no la lidero. Supongamos que ya lo sabía, pero no, no había probado el sabor de la tierra hasta aquel día.

Era esto, ¿no? Aquí ejerzo. Aquí no vale escupir, no hay segundos para los suspiros. No van y vienen las líneas. No son rectas. Las curvas siempre nos han sentado bien. Siempre te han sentado bien.

Y llevarte y traerte, como el viento se lleva todo lo ingrávido. Y escucharte respirar, como los relojes siguen su tic, como los anzuelos clavan, sin doler, su tac. Y verte amanecer, miles de días más. Millones de días más.

Que ser mayor era seguir sintiendo que tú estás detrás, aunque estés delante. Admitir, asumir, digerir, que la vida va en un sentido, que se coloca en nuestro espacio como la tierra sabe y sabe, aunque nunca la hubiera probado. Que las raíces son más fuertes que haber llegado hasta aquí.

Hasta el punto en que las líneas se despiden de no haber sido nunca rectas. Que tu sonrisa te sienta tan bien que no tengo que llevarte ni traerte, que el viento no nos pesa, que los relojes nunca se paran, que los anzuelos no nos pescan. Y los amaneceres nos saludan, y la tierra no nos cubre.

Que de las mujeres está todo escrito y sin embargo de ti, queda todo por escribir. 

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