Eran así

Los días después de la navidad fueron fríos. Qué estúpido, ¿no? Como si fueran a ser de colores. Pero es que además de fríos fueron tristes. Qué gilipollez. Como si alguien fuera a bailar en enero. A subir a saltos las escaleras como esos imbéciles que las saltan de dos en dos, como si aún tuvieran diez años. Y más que tristes, fueron normales.

Como volver a casa después del trabajo y rellenar las horas hasta la cena con el concurso de la televisión. Pensando en que si esa vez te las sabes todas, quién sabe, quizá puedes presentarte y soltar esa memez de "yo he venido a jugar" y volverte a casa con tu palmo de narices, como cuando sales triste de esa entrevista de trabajo en la que nunca te cogerían ellos y no aceptarías ni tú.

Eran así, los días de enero. Que se convirtieron en marzo y después en mayo. Como si febrero y abril sirvieran para engañarse. Busca la sombra el perro y tú, aposentar el culo en otra terraza y olvidar a cervezas y pinchos de tortilla que después de navidad hace frío y en agosto necesitarás un ventilador de 20 euros para dormir del tirón. Y congratularte con el artículo del miserable de siempre que se jacta de haber crecido en Vallecas, en Badalona o la Jota para acabar montando una startup que vendió por mucho menos dinero del que se gastaría en champán si fuera rico para salir en el telediario. Así, exactamente así, eran los días de enero.

Un verano cuidando niños en Vietnam. Reconciliándote con el capitalismo que no te ahogará si consigues dormir 12 horas seguidas un día del fin de semana. Aporreando teclas, cabreada, porque los huecos del día a día no los llena ni la sonrisa que te hizo estallar a ti y a miles en la Puerta del Sol un mayo tonto del 2011. Como si fueras la perra vieja que eres esperando los días fríos de enero, después de navidad, que no se van en un año. Tú y todas las que eres en ese maldito sofá.

Y ahora sal por la ventana, vuela por los soles que acarician primavera y vuelve a sentarte. Produce, respira. Y cuando puedas, haz algo bonito. 

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