La marea

- ¿Cuántas guerras has perdido?
Ninguna. Qué iba a perder.
- Quítate la ropa.
Me dio palo. No es que yo sea de apagar la luz, pero de ahí a desnudarse mirando a la otra persona hay un trecho. Es más por la distancia, no sé, como si el sexo fuera a ser de lejos.
- No, despacio.
Joder. No es tan fácil, tía.
- La camiseta.
Crucé las manos y busqué el límite.
- Despacio.
Estamos aquí, en este momento. Tenía las manos frías y rozarme los huesos que sobresalen de la cadera me dio algo parecido a un escalofrío. Suspiró.
- Uff.
¿De verdad? ¿Esto va así? Es entre ridículo, forzado y humillante. Pero ahí estaba, no me podía rajar.
- El cinturón.
El cinturón.
- Bájate la cremallera.
Eso sí lo hice despacio. La miré. Me tentaba y se reía, pero estaba nerviosa. Así que me bajé los pantalones sólo de un lado.
- Vas aprendiendo. Está bien.
Y claro que está bien. El otro lado. Salí de los pantalones hacia ella.
- Ah, ah, todavía no.
Se estaba tocando el pelo. Me deshice de los calcetines y de los calzoncillos. Total, ya puestos, qué más da.
- Ahora acércate, pero no del todo.
Fue casi un impulso. Alargué la mano y con el índice le rocé los labios. Los abrió. Pude tocar su lengua y empezar a empaparme. Se recogió el pelo y levantó la cabeza. Una invitación a mis dientes, que ya no podían más.
- Túmbate.
Y me atacó el cuello. Las clavículas. El pecho. Se entretuvo en mi ombligo. En los huesos de la cadera que ya no estaban fríos. Y entre lengua, dientes y olvido fueron volando su vestido, sus medias, el sujetador, las bragas. Andaba por mis rodillas cuando emergió como el Pacífico y se sentó sobre mí, pero aún más hondo. Surcamos los mares. Más despacio aún que cuando me ordenaba quitarme la ropa. Quise inclinarme sobre ella, expulsarla del mar y bebérmela.
- Aún no.
Así que la agarré de los hombros. Y me lo arrebató. Llevó mis manos donde quiso y tuve miedo del monólogo. Pero volvió a buscarme para entrelazarse conmigo y entonces sí, darme de beber. Nunca me habían sabido tan bien las olas, el agua del mar, la arena. Cuando volvió sobre mí yo ya me dejaba llevar como la marea que arrastra con la peor de las resacas.
- ¿Cuántas guerras has perdido?
Una, pero las perdería todas para ganarme esta. 

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